El álbum blanco y la abolición del tiempo

The Beatles: album blanco

Fue el primer disco de Los Beatles que esperé y escuché en tiempo. Tenía diez años. Dicho así, parece un dato frío, y no lo es en absoluto. No puede serlo. ¿Qué hace un chico de apenas diez años al sur del mundo, con todo ese material recibido casi en simultáneo por millones de personas en todas partes, de todos los colores, de todas las edades?

No recuerdo mucho. O sí. Porque como con otras pocas músicas, lo que permanece imborrable es lo esencial: puedo recordar cada segundo de esos 93 minutos y pico, anticipar cada acorde, cada golpe de la batería, cada respiración, la aparición de cada instrumento, la inflexión de cada palabra, la duración de cada silencio.

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La primera foto que me viene a la memoria tiene toda la claridad de la pantalla que me devuelve ahora la visión de esto que escribo, y sin embargo, ya desafía nociones de exactitud y grados de credibilidad. Porque me recuerdo sentado a la mesa de la humilde cocina, ahí, en la casa alquilada en que vivíamos, una tarde de verano, quieto y solo con ese objeto mágico. Me recuerdo, con el Winco prestado por una vecina (primero fue el álbum blanco, bastante después el tardío arribo del combinado familiar), escuchando, la oreja pegada al único y pequeño parlante, los dos discos enteros. Sin saltear un solo tema (eso no se hacía con un long play, menos si era de Los Beatles). Y no escuchándolos una vez, sino varias. ¿Es posible? ¿Cuánto duraban entonces las tardes de verano para que el álbum blanco entrara cómodo en ellas sin quitarle lugar a otras cosas? ¿O sí se lo quitaba, y nada importaba porque nada había que pudiera ser mejor? ¿Cómo se medía en esa época en apariencia menos complicada, el foco de atención de un niño y los niveles aconsejables de exposición a una influencia tan difícil de calcular? Encima, un niño para quien la palabra aburrimiento no existía, menos ante semejantes sonidos y letras. Un niño que se esforzaba por entender ya, y con una urgencia y curiosidad mayores a la que su estudio en el colegio le despertaban, los misterios de un idioma extraño que a su corazón le sonaba íntimo y familiar. ¿Y cuál era el lapso para descansar, tomar un vaso de gaseosa, salir al patio, o ir a charlar con el único amigo o primo que estaba en la misma, cambiar impresiones y elogios, antes de volver a sentir la irreprimible, impostergable necesidad de escucharlo todo de nuevo? ¿Cuántas veces en el día? ¿Durante cuántos días seguidos? ¿Qué cantidad de horas a lo largo de una vida? ¿Y quién lleva esa cuenta impensable? ¿Dónde la anota? ¿Qué está midiendo en verdad la duración de los temas impresa en los discos? ¿Qué nuevo comienzo marca cada vez el conteo antes de un tema?

Son preguntas que no pueden tener respuesta, porque tienen sentido con su sola formulación.

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La música de Los Beatles (como otras pocas músicas) contaba entre sus múltiples prodigios, con la facultad de abolir el tiempo.

¿Exagero? Era el disco más largo que un pibe pudiera imaginar, y pasaba rapidísimo. En cada tema (de la viñeta más breve a aquellos que duplicaban los normales dos minutos de una canción de un par de años atrás) sucedían más cosas que en una maratón de sábado de “Cine de Súper Acción” o unas vacaciones familiares. Todo lo que traía por descubrir consumiría décadas, y sin embargo su hechizo era inmediato. Y esto que intento describir sucedió hace cincuenta años, pero el disco del que hablo suena hoy, y más significativamente aún, suena a hoy. Y suena a un hoy que promete y propicia nuevas y deslumbradas escuchas mañana. Y ese mañana bien puede ser el próximo fin de semana, como cualquier día de noviembre del año 2069, cuando el disco que habitará el futuro cumpla un siglo.

Escuchar a Los Beatles, hablar de los Beatles, escribir, interrogar, analizar, alabar a Los Beatles, nos ocupó siempre un tiempo precioso que, de medirse, sin duda nos daría un resultado abismal y sorprendente. Pero es una medida que se multiplica, se profundiza, se hace elástica, multidimensional, y luego lo condensa todo en un suspenso crucial: los días de la vida y las canciones, como experiencias intercambiables.

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Los Beatles son la prueba de eternidad con la que contamos quienes tenemos fe sólo en la música.

No pueden salvarnos de la muerte, pero nos salvan del drama central de la vida: el tiempo.

El álbum blanco es como el mar: nunca acabamos de conocer sus más hondos secretos. Toca todas las orillas. Y lo escuchemos o no, su naturaleza vive en un continuo presente.

Tengo diez años, y mucha imaginación. Escucho el álbum blanco en la cocina de la casa natal, pensando que cuando tenga la edad de mi abuelo Luis, podré hablarle de este disco a otro chico de diez años (quizás un nieto) como le hablo a él, que paciente y comprensivo me escucha y me consiente. Como la música que contiene, esa tarde de verano de 1969, el álbum blanco es un objeto mágico que viaja hacia atrás, modificando el pasado, y hacia adelante, prefigurando el porvenir.

Hoy en el living de mi casa soy eso a la vez: un abuelo de sesenta, y aquél niño de diez. Entre una canción y otra, ellos piensan y sienten una cantidad incalculable de cosas. Ninguna tiene edad. Y ninguno de los dos, por más que quieran, pueden explicárselas, un día cualquiera de noviembre del 2018, escuchando el álbum blanco por primera vez.

Y a vos ¿te gustan los Beatles? ¿Y el Álbum Blanco?

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6 comentarios en «El álbum blanco y la abolición del tiempo»

  1. Yo conocí a Los Beatles a los 12 . O éramos muy adelantados o nos impactaron de verdad en aquellos años.
    Nunca más pude dejar de escucharlos, traducía sus letras, las cantaba.Era una emoción, hasta que un día, por obra del destino o vaya a saber después de taaaantos pedidos al cielo, vi y escuché en vivo a Sir Paul. Listo, inolvidable. Gracias por compartir esto Simón!

  2. Para mi tb fue mi primer disco, 12 años, regalo de Día del niño de 1969, y aún no tenía adonde pasarlo. El denominado “combinado “ llegó 1 mes después a mi casa. Y de ahí en adelante no pare más, Beatles forever.

  3. Que grande Sergio, cuanta blandura, cuanta emoción, en estos tiempos tan adversos; siempre es agradable leerte, siempre estas conectado con la parte importante: alguna puerta «de la percepción» siempre te detiene en el punto justo, y siempre las palabras, llevan la forma noble del abrazo.

    Gracias por compartir la nota, y sesenta años de emociön!

    Abrazos compañero!

    Pd: y obvio, aguante el álbum Blanco.

  4. Que lindo articulo, me hiciste traspasar la barrera del tiempo y me transportaste a un momento mágico de aquellos años, que para mi fueron los 70. Yo descubrí a los Beatles cuando en mi casa mi madre puso Let it be y me voló la cabeza. Recuerdo preguntarle que era lo que estábamos escuchando y me dijo los Beatles y recuerdo contestarle Ah estos son los Beatles!!Wow!! Yo tendría unos 10 u 11 años en ese momento, quizás era un poco mas grande que vos cuando te llego el álbum blanco. Pedazo de disco ese! lo escuche luego con un tío que era unos años mas grande que yo y tocaba en una banda y me empezó a enseñar todo acerca de los Beatles y del rock y otras bandas por supuesto. Me encanto tu historia y esa dimensión que le diste con el tiempo, un instante, una eternidad y un nieto apreciando esa magia!!

  5. Hola, ¿cómo estás? Carlos, por acá. A punto de cumplir 58, en unos días. Sin nietos, pero con una hija de 11, que bien conoce mi devoción por estos pibes.

    Gracias por esto. Me encanta el Disco Blanco. Lo escuché en el ’74, cuando tenía 11 y me rompió la cabeza. Pero por alguna razón al dueño, un amigo de mis viejos, le habían perdido el Disco 2. Ese lo escuché a los 14, 15. Ni hablar de lo que fue eso. ¡Y cuando pude hacer lo que vos tan hermosamente contás: oirlo entero, de punta a punta, y más de una vez! Porque es tal como vos decís: no se puede escuchar una vez sola.

    Siempre dije que encuentro ahí un resumen de todo lo que habían hecho hasta ese momento: el pop, el rock clásico, la psicodelia, lo hindú, pero en otro lenguaje, con otra expresión. Y cosas nuevas, claro. Como siempre, en todos los discos.

    Me parece el último gran disco de ellos. Aunque Abbey Road esté grabado como los dioses y tenga algunos temas (también como siempre) de alto vuelo. Let it be me parece el más flojo de todos -claro que siempre dentro de los parámetros de lo que son los Beatles: un estandar muy alto-.

    Cada tanto repito ese ritual: pongo el Blanco y me voy a viajar por ahí, por lo que suena, por todo lo que ahí pasa y no terminamos nunca de descubrir del todo, como bien decís. Viajo, igual que vos: este señor y aquel nene, con un deleite cada vez mayor. Y el tiempo suspendido.

    Un abrazo. Gracias, otra vez.

    1. Gracias Juan Carlos por tan sensible devolución a un texto nacido del mismo amor que tantos sentimos por una música que nos hizo hermanos de una patria invisible. Dentro de todo lo que comentás, me quedé también con lo que decís de Let It Be. En el libro que publiqué con mi amigo Ernesto Castrillón en el 2017, «los 138 discos que nadie te recomendó», elegí escribir sobre Let It Be precisamente por eso, y arranco diciendo «la mejor banda del universo en su peor momento es la mejor banda del universo», y concluyo después: «la mejor banda del universo en su peor momento nos dejó Lei It Be, el mejor disco para cualquiera del resto». Y como repito en incontables e interminables charlas «beatle»: qué afortunados fuimos de vivir su tiempo» Te mando un abrazo enorme. Sergio.

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