9 curiosidades de la Novena Sinfonía de Beethoven

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A 197 años de su estreno recordamos algunos datos relacionados con la obra de Beethoven que es fuente del Himno Europeo.

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Un día como hoy, 7 de mayo, pero de 1824 Ludwig Van Beethoven estrenaba su célebre Novena Sinfonía en re menor op. 125, una de las obras más emblemáticas no sólo del compositor sino de toda la historia de la música occidental.

[…] compartiremos nueve curiosidades, algunas más conocidas que otras, de la célebre obra del músico alemán.

1. Compuesta y ¿dirigida? por un sordo

Aquel día Viena estaba expectante por la que iba a ser la primera aparición pública de Ludwig van Beethoven en doce años. Se trataba del estreno en el Teatro Imperial de su Sinfonía nº 9. Sin embargo, para ese entonces Beethoven ya estaba completamente sordo, debido a lo cual no pudo oír la interpretación de su monumental obra.

No obstante se cuenta que el compositor estaba sentado en la orquesta y se suponía que dirigía la ejecución. De todas maneras Michael Umlauf, el maestro de capilla y quien de hecho llevaba a cabo la dirección, dijo a sus músicos que no prestaran atención a Beethoven cuando marcara los tiempos.

El gran Ludwig siguió el estreno inmerso en la lectura de una copia de la partitura e imaginando en su mente los sonidos. Al finalizar el concierto la gente estalló en aplausos, pero Beethoven no podía escucharlos y continuaba sumergido en los pentagramas. Uno de los solistas lo tocó del brazo para alertarle y entonces Beethoven pudo ver a la multitud aplaudiendo.

Se inclinó y saludó al público por última vez. Después de aquella presentación de la que sería su última sinfonía, Beethoven se retiró de la vida pública. Fallecería tres años después.

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2. Demasiada ovación

El éxito del estreno de la Novena Sinfonía fue absoluto, a punto tal que el público ovacionó la obra con repetidas andanadas de aplausos y con sus pañuelos al aire.

Sin embargo, cuando los asistentes estallaron en gritos y aplausos por quinta vez, el comisionado de policía se vio en la obligación de exigir silencio. Y es que tres andanadas de aplausos eran la norma para la familia imperial, de modo que no era prudente que Beethoven obtuviera cinco.


3. Una obra revolucionaria

Quizás hoy sea considerada una de las mayores obras de la música “tradicional”, pero en su momento significó una verdadera ruptura con la tradición. Por aquel entonces las sinfonías clásicas eran compuestas con una duración que habitualmente no superaba la media hora (aunque el mismo Beethoven ya había compuesto algunas más largas) y seguían una estructura clásica en sus cuatro movimientos: Allegro, Adagio, Scherzo, Allegro.

La obra de Beethoven fue un caso extraordinario, pues su duración supera la hora de ejecución y además, si bien en apariencia sigue la estructura tradicional con sus cuatro movimientos, éstos son desarrollados de manera completamente original, logrando una nueva experiencia de la música sinfónica. Sus transformaciones rítmicas son constantes y rompen con el sentido del equilibrio y la mesura del clasicismo.

Además, en “la Novena” Beethoven –el último de los clásicos y el primero de los románticos– introdujo por primera vez la percusión en una sinfonía, dotándola así de una particular potencia emocional.

Otra importante innovación es desde luego la inclusión del coro y los solistas en el cuarto movimiento, pero ello merece una mención aparte.

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3. Una sinfonía “coral” y con texto

En el último movimiento Beethoven introdujo en su obra a cuatro solistas y un coro, quienes interpretan el texto de “An die Freude” (“[Oda] a la Alegría”) del poeta alemán Johann Christoph Friedrich von Schiller. El poema es de 1785, ligeramente anterior a la Revolución Francesa, y apela a la unión y la fraternidad entre todos los hombres: “¡Alegría, bella chispa divina, hija del Elíseo! ¡Penetramos ardientes de embriaguez, oh diosa celestial, en tu santuario! Tus encantos atan los lazos que la rígida costumbre ha separado y todos los hombres serán hermanos bajo tus alas bienhechoras.”

No fue Beethoven el primero en musicalizar el texto. Ya Franz Schubert en 1815 había puesto música a aquellos versos (D 189), pero la versión de Beethoven se convirtió en la definitiva sin lugar a dudas. De hecho, el compositor agregó algo de texto propio, que es lo que se oye cuando entra el barítono. “¡Oh amigos, dejemos esos tonos! ¡Entonemos cantos más agradables y llenos de alegría! ¡Alegría! Alegría!”. Después, inmediatamente, comienza el texto de Schiller, que también sufrió algunas modificaciones por exigencias de métrica.

( continúa… )

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